Sobre Plutoniana de María Coluccelli 

Cuando miré por primera vez la serie Plutoniana de María Coluccelli me afectó sobre todo el misterio que desprenden las obras. ¿Qué son esos objetos? ¿A qué mundo pertenecen? ¿Cuál es el régimen de luz en el que se dejan ver? El nombre de la serie no lo conocía de antemano, así que no es por su influencia por lo que de inmediato tuve una percepción de lo astronómico, de lo cósmico al ver los cuadros. De hecho, distintos regímenes de formas y de luz se desprenden de los cuadros mientras los miramos y también cuando pasamos de una a otra pieza de la serie. Por momentos parece que asistimos a la explosión de una flora y una fauna abisales, tan desconocidas como inmensas en cantidad y variedad, en la que la luz del sol apenas llega y es generada como electricidad por muchos animales. Pero luego reconocemos las líneas de la morfología de un cosmos que no es el nuestro, o que podría ser el nuestro dentro de miles de millones de años, cuando el desequilibrio entre la expansión del universo y el aumento de la distancia entre los cuerpos astronómicos, por un lado, y las fuerzas gravitatorias que producen galaxias, estrellas, planetas, asteroides, cometas y agujeros negros, por el otro, se ha inclinado decisivamente del lado de la disipación de la materia, de la rareza de la luz. Un universo viejo, en el que la gravedad pugna con la disolución y la luz, el universo de lo visible, refleja las formas de una belleza monstruosa y tardía. Pero por el cosmólogo Leo Smolin sabemos que podía haber una evolución en los universos, una especie de selección natural de universos que se desarrolla conforme a sus ciclos de vida, reproducción y muerte. Universos en devenir en los que los parámetros que determinan que exista luz, y por lo tanto un régimen de visibilidad, que exista materia, y por lo tanto gravedad y espacio tiempo, cambian con arreglo a criterios… ¿de adaptación, de duración, de belleza? Probablemente con arreglo a criterios que permiten que pueda haber vida en ellos, que materia y energía se autoorganicen para replicarse y reproducirse, para generar membranas, vacuolas y procesos de persistencia y subsistencia, pero también percepción, expresión, memoria e inteligencia. ¿Habrá imaginado y pintado María Coluccelli uno de esos universos posibles, que existieron antes o después del nuestro? En cosmología se piensa que, dadas las inconsistencias de la teoría de la relatividad para calcular el espacio tiempo sometido a curvaturas extremas, como las que se supone que viven en la llamada singularidad, tiene que haber un umbral en el que la extrema densidad de la materia y la energía dé lugar a un nuevo universo que, por así decirlo, estaría “del otro lado” de las líneas de mundo del universo atrapado por los agujeros negros. Es lo que se llama un “agujero blanco”, en el que materia, energía y espacio tiempo entran en el proceso inverso de un agujero negro, dentro de algo parecido a un big bang de un nuevo universo completamente distinto del que ha desaparecido dentro del horizonte de sucesos del agujero negro. Podría decirse que las nuevas formas de ese universo inicial surgido del agujero blanco, aún sometido a inmensas turbulencias, disimetrías, transiciones de fase, queda capturado por los ojos del pincel de María. Monstruos efímeros, continuos morfológicos entre los cuerpos astronómicos y los cuerpos biológicos, aberraciones gravitatorias, modestia y vida secreta de la luz. En la mirada efectiva, y en la meditación de lo mirado, la serie Plutoniana de María Coluccelli desata en nosotros una sed de diferencia biológica y cosmológica, una esperanza sin tiempo de que somos y vivimos en un ensayo más dentro un esfuerzo interminable contra la muerte de las formas y de la luz, contra el silencio de un ser autocontenido. 

Raúl Sánchez Cedillo

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